Tuesday, December 05, 2006

Letras, bocas y huellas...

Bajo la soledad, los miedos, y las confusiones que me invaden, sólo el amparo de esta noche me cobija. Y todas aquellas cosas que la conforman y me atestiguan, se convierten en mis únicos cómplices: las puertas abiertas, las calles anónimas, los perros sin dueño, los postes de las esquinas, el café caliente, las nubes azules, los zapatos viejos, las mujeres que no duermen, los deseos inconclusos que nacieron innombrables, el canto de los niños, el dolor, la muerte, las sonrisas, la impunidad y la clandestinidad.

Y todo esto lo hemos visto, lo hemos palpado, y como bien lo sabemos, escribirlo nos salva, nos alivia, nos quita el dolor. Y a veces sucede que lo que no se escribe, lo que es vacío, lo que es silencio, puede medrar, entonces es cómplice, es compañía,y a la larga, cada palabra callada, cada frase ahogada, borrada, negada, enferma, infecta, pudre, apesta, y mata.
Entonces es mejor vaciarnos, es decir, tomar el primer papel que tenemos (en este caso para mi una pantalla y un teclado), y soltar las letras como otro llanto, que de nuestros dedos gotea letra a letra, trazo a trazo, tintas negras y tintas rojas…a veces en papeles maltratados o en trapos malolientes, en la espuma de la marea o en el piso sucio, en la arena, en el cielo, en las paredes rotas, en un viejo libro, en las ventanas cerradas, en una rosa, en mi piel, en su boca.
Quizá eso sea lo mas difícil…porque escribir palabras en bocas ajenas no es cosa sencilla…y a veces no bastan las incontables noches, nuestras manos naufragas, los dientes voraces, los susurros inaudibles, la prisa, y la piel que se nos desprende. Si escribir nuestras propias letras es espinoso…como pretender escribir letras ajenas?

Entonces para poder dejar huellas, tenemos que hacer que nuestra piel escriba, que la memoria de nuestra boca la deletree, que nuestra lengua recupere su sabor, que nuestros ojos vuelvan a tipografiar líneas, párrafos y versos.

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